Frágil y profunda, sombra y luz, Rosalía de Castro transito por la vida, con palabras, ya de revelación ya de misterio, por caminos siempre adversos. Vivía en un país sin voz propia y fue ella la primera, con entidad, en encontrar el nombre de las cosas, el nombre no escrito de las cosas.
Acontecía esta prodigiosa invención en 1863, el año de aquel libro auroral y reivindicativo que se titula "Cantares Gallegos". Cantó la alondra y ya todo fue distinto. Era Galicia de aquella un país totalmente analfabeto en su idioma, pero áun así, los versos gallegos de la cantora muy pronto fueron citados, amados, recitados y recortados. Gentes muy adversas de nuestra tierra, las humildes en primer lugar, intuyeron la grandeza y la belleza de la hazaña: una mujer poeta, una mujer huérfana en la niñez, una mujer de poca salud y agobiada por las penas, sin pedantería, como quien respira, la defensa y la canción del marginado y postrado país.
Algún tiempo después la gratitud y la devoción de las gentes, esbozaban el comienzo de un mito.
Y aquella voz primaveral y orientadora, años más tarde, en 1880, se sumerge en el libro "Follas Novas", en estratos esenciales del ser humano, que son los estratos de los grandes desasosiegos, del drama profundo y de la grave condición de los grandes espíritus.
Sin embargo, en las páginas no atormentadas por aquella peculiar angustia, Rosalía, cálida musa solidaria, canta algunas de las heridas históricas de su país, en especial dolor y la dura soledad "de las viudas de los vivos y las viudas de los muertos", como ella dijo en inmortal expresión. Poeta con varios poetas dentro, escritora de expresión rica en registros, musa polifacética, espíritu torturado, voz reveladora en tantas ocasiones, ya en la antesala de la muerte publica el libro "En las Orillas del Sar", que es un tratado de desolación.
Nadie hasta esas fechas se había asomado en ninguna de las lenguas hispánicas, a territorios tan graves del espíritu humano.
Xesus Alonso Montero
lunes, 5 de marzo de 2012
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